23 mayo 2006

La poesía británica

Quizás la generalización no sea de lo más adecuada, dado que el tiempo no me da para leer todo cuanto quisiera leer en estos lares, pero durante estos ya casi tres años en Glasgow, con las horas pasadas rebuscando en bibliotecas varias, encuentro que la poesía Británica, la moderna, se encuentra en un aprieto. El poeta, como lo (re)conocemos en los países de habla hispana está aquí muerto, o al menos olvidado. Hay una constante batalla entre la novela de cabecera industrial acreditada y el poeta que quiere escribir unas palabras: la lucha es desigual. Casi todo poema que entra en competición o que existe en la memoria del bar con unas cuantas cervezas en el cuerpo está supetidado al ritual emergente de contar historias. Los poemas aquí son eso, una historia, una prosa, a la que se le cortan las frases y se la escalona para que parezca verso. Una descripción más que una perspectiva. Si a esto se le suma que entre poetas variados aquí existe la horrible pretensión de hacer la rimita fácil, a modo de chascarrillo, para que el lector haga una mueca sonriente, vamos listos. Palabras técnicas, imágenes inconexas, el poeta se ha transformado en un artesano de los artículos de diario en el underground. No es de extrañar que nadie lea poesía, y cuando digo nadie, digo nadie: no conozco a nadie, fuera de estudiantes de literatura inglesa, que lean poesía. Una lástima: todo es concepto, nada es lenguaje en estas tierras.
Me paseo por los escritos de Mae Bateman. Nada en el poema sirve sin el título. Recuerdo las discusiones de tertulia: ¿Qué es el título? El título del poema es la entrada al mismo. Pero no es el significado del poema. Cuando leo a la Mae, sin leer sus rebuscados títulos, no entiendo nada.
O Robert Crawford. Con sus sentencias sabor a metal, con sus rupturas inútiles. Con toda la mierda que nos deja.
De Edwin Morgan, celebrado autor, la rima más colegial que he leído desde hace tiempo: verso de diario debajo de la almohada de la treceañera. Sólo una vez me ha logrado cautivar, en su poema In Glasgow:

till morning lights
a silent cigarette
throw on your shirt
I lie staring yet
forget forget


Ni duda cabe: de esto cualquiera se olvida.